“A pocas horas de conmemorar el centésimo trigésimo octavo aniversario del Combate de la Concepción, uno de los hechos más heroicos, emotivos y dramáticos de la Guerra del Pacífico, he querido compartir con ustedes una pequeña reseña de esta epopeya, en mi estilo narrativo y apegándome a los hechos por todos conocidos en base a lo que desde pequeños nos enseñaron en el colegio o que pudimos rescatar de tantos libros que leíamos.

Espero sea de su total agrado, estimados.

\\.. Domingo nueve de julio de 1882, Sierra Peruana, horas de la mañana.

Un destacamento chileno apostado en el extenso Valle del Río Mantaro, departamento de Junín, en el apacible poblado de La Concepción y cuyos lugares más cercanos son Huancayo y Jauja, mantiene la posesión del pueblo encomendada por el Alto Mando, en la llamada Campaña de la Sierra, a la espera de ser recogidos por la División del Comandante Estanislao del Canto.

Este día, sin duda, será especial. El teniente de treinta y cuatro años de edad, Ignacio Carrera Pinto está al mando de la cuarta compañía del regimiento Chacabuco, el cual consta de setenta y siete hombres, incluido él.

Este oficial chileno, cuyo apellido pertenece en línea directa a la noble estirpe sanguínea del Húsar de Galicia, Padre de la Patria e insigne Prócer de la Independencia, General don José Miguel Carrera Verdugo, inicia el día con los ejercicios de rigor para sacar del hastío a sus hombres y mantenerlos en actividad dentro del marco que la estricta disciplina militar así le exige. ‘Es un Carrera, un militar de fibra que, llegado el momento, sabrá cumplir con su deber…’, habrían dicho de Ignacio Carrera Pinto.

Ese día domingo Ignacio Carrera Pinto y sus oficiales están invitados por los hermanos Balladares a almorzar al hotel del italiano Giuseppe Muzzio.

Habría que haber estado en las botas de Ignacio Carrera Pinto pues él contaba con setenta y seis hombres, un quinta parte de ellos enfermos de tifus y otras pestes. Sin ir más lejos, el subteniente Montt Salamanca combatirá horas más tarde en muy mal estado de salud. Sumar a ello las escasas municiones, no más de cien tiros por hombre, de las que disponía.

Si bien en los días previos al combate Carrera Pinto recibió por parte de ciudadanos neutrales varias advertencias de la inminencia de un ataque de fuerzas inmensamente superiores, aún así desestimó desmembrar su debilitada fuerza, enviando patrullas de vigías a los cerros y contornos del pueblo. Más aún, con antecedentes fidedignos de un eventual ataque aún así desistió abandonar la posición que se le había ordenado.

El comandante de los chacabucanos, a esas alturas de la jornada, ignora muchas cosas, la mayoría de ellas nunca llegará siquiera en vida a conocerlas.

Ignora que esa invitación a almorzar por parte de los hermanos s Balladares ese mediodía del domingo no es más que una trampa mortal para separarlo a él y sus jóvenes oficiales del resto de la tropa mientras se inicia el ataque a su cuartel en La Concepción.

Ignora que a eso de las dos de la tarde se desencadenará el más furioso y cruento ataque que se haya efectuado a un destacamento chileno en la GDP, por parte de un millar de enemigos contra su indefensa compañía, de la cual lamentablemente nadie saldrá vivo para contar la historia.

Ignora que jamás recibirá ayuda de las tropas del Coronel Del Canto, pues éstas han ido a reforzar a las tropas en Marcavalle y Pucará.

Ignora que lo que ocurrirá desde las dos de la tarde de ese domingo hasta las diez de la mañana del día lunes siguiente quedará para la eternidad grabado con letras de sangre y fuego en las páginas más heroicas de nuestros libros de historia.

Ignora que, gracias a su esfuerzo y deber militar en el campo de batalla, se ha ganado con creces los galones de capitán de ejército, grado que nunca conocerá en vida, pero que le será reconocido al momento de su despedida tras su heroica muerte.

Ignora que su sacrificio y el de su guarnición repercutirá para siempre en la historia de Chile y que su recuerdo se perpetuará por el resto del tiempo, cada vez que un soldado chileno jure ante su bandera dar la vida si fuere necesario.

Por último, el nieto del general José Miguel Carrera ignora que como lo habría anticipado antes, su joven corazón sí ‘volverá a Chile’.

A Carrera Pinto de la cuarta compañía, el ‘mocho’, lo secundan tres jóvenes oficiales, Julio Montt Salamanca de veinte años de la quinta compañía, Arturo Pérez Canto de dieciocho años de la cuarta compañía, y el adolescente de quince años Luis Cruz Martínez, de la sexta compañía. Estos tres jóvenes subtenientes, a pesar de sus cortas edades, lucharán y comandarán a su tiempo cada uno a sus hombres como veteranos oficiales curtidos en esta terrible guerra.

Junto a ellos otros setenta y tres valientes chilenos, entre sargentos, cabos y soldados rasos, darán su vida, sin pensar jamás en una rendición antes fuerzas inmensamente superiores.

Tendrán en contra el enemigo superior veinte veces por cada uno de ellos.

Tendrán en contra la falta de municiones. Tendrán en contra el cansancio, tendrán en contra el quebrantamiento del espíritu, tendrán en contra la muerte sucesiva de sus jóvenes oficiales jefes.

Sin embargo, nada de aquello los detiene y pelean y luchan hasta que sólo quedan cinco hombres, comandados por un niño precoz de apenas quince años, que debió haber estado estudiando en su liceo de Curicó.

Pero no, nada de eso, el joven ‘Cabo Tachuela’, como le decían sus pares en el cuartel, está ahí abrochándose la guerrera, y afirmándose el quepis con el número seis. ‘Hay que morir en buena facha.. ‘ le diría a sus cuatro hombres que lo secundan antes de enfrentar a la soldadesca enemiga ebria de sangre esperando ultimarlos .

Este joven subteniente, el último comandante de La Concepción, desestima toda petición del enemigo de rendición. Sabe y así se lo grita hacia quienes le rodean para ajusticiarlo a él y a sus soldados que ¡Un chileno no se rinde jamás…!!!

Sale de decidido a la plaza de la Concepción con sus cuatro hombres, cayendo acribillados uno tras otro bajo las bajas enemigas.

Ya es lunes 10 de julio de 1882, pasado las diez de la mañana en la explanada de la Plaza de La Concepción, en suelo peruano. La Batalla de la Concepción, de casi veinte horas de combate, ya terminó. Los setenta y siete héroes chilenos cayeron uno a uno más cinco inocentes civiles que acompañaban a la cuarta compañía del Chacabuco, presas del salvajismo y barbarie de los montoneros e indígenas serranos.

Han muerto los setenta y siete hombres cumpliendo su deber de mantener su posición a como dé lugar, pero se fundieron en bronce y en metal setenta y siete jóvenes héroes chilenos….’Los Héroes de la Concepción’…//

Autor anónimo.